Sunday, January 18, 2009

Crisis a pie de calle


Parece que hemos pasado de vivir en el mejor de los mundos a la urgencia de transformar la sociedad en su totalidad. La crisis que se nos presenta no es de ahora, ni sus causas son nuevas. Llevamos muchos años de descontrol, voracidad e injusticia económica y social. Hemos basado nuestra economía en la especulación y el consumismo y esto, naturalmente, ha resultado insostenible.



Este consumismo va asociando directamente el bienestar con la posesión. Nos hemos querido convertir, por esta cultura, en burgueses, y eso ha sacado lo peor de la persona, con los aspectos mas sombríos de nuestra forma de ser: egoísmo, competitividad, miedos, afán de posesión, fuerza agresiva... antivalores que nos son transmitidos por activa y por pasiva en la escuela, en el curro y los medios de comunicación y que nosotros mismos transmitimos luego en la familia, con los colegas, en el ocio. Y resulta que no hace falta mucho esfuerzo para ser egoísta y competitivo: el esfuerzo supone precisamente no serlo. Y es que no estamos para nada dispuestos a realizar grandes sacrificios si ello nos supone renunciar al bienestar y los niveles de consumo.
Es este un momento importante para revisar nuestras prácticas y valores. Es necesaria una cierta coherencia entre lo que decimos, como cristianos y militantes, y lo que realmente se hace. Muchas veces se nos llena la boca de grandes palabras: solidaridad, compartir, justicia... y muchas veces se nos vuelven en nuestra contra. Nuestros compañeros de la JOC de Portugal ya lanzan en su campaña una problemática clave y que pasamos por alto: “El endeudamiento, ¿Dónde nos puede llevar?”. Hemos entrado en un ritmo de vida y de necesidades que sobrepasa nuestras posibilidades. Estas navidades tenemos de nuevo otra oportunidad de hacer nacer frente a los antivalores del momento, no solo por unos días y porque sea navidad, valores del Reino: solidaridad, paz, escucha, información, acompañamiento, perdón, entrega, acción comunitaria... Debemos seguir reivindicando y viviendo con esperanza las posibilidades de lograr una humanización y liberación de todas las personas, una esperanza incluso “contra toda esperanza” (Rom.4, 18) que parece que vivimos en este momento.
Mi amigo Jairo lo dice muy claramente: “Este es el momento en el que se nos quita el maquillaje, llega la hora de hacernos más humildes, ¿qué no existe el mundo obrero? Y resulta que tres tipos que nadie conoce, ni se sabe donde están, aprietan un botón y miles de despidos, salarios a la baja, condiciones más precarias todavía, no hay empleo, tu trabajo no existe, tu experiencia no se valora nada... Que somos muchos los jóvenes madrugando a las seis de la mañana con el bocata bajo el brazo, muchos licenciados trabajando de mil oficios, la palabra patrón en nuestras bocas, muchos fracasados escolares con nulas posibilidades. Mucha clase obrera que se ha disfrazado de “clase media feliz” sin rechistar, sin hacer ruido, tragando todo lo que viene por delante, sin tener en cuenta el valor del trabajo y de la persona...”. Cáritas lo dice también muy claro: Muchas familias que se consideraban hasta ahora normalizadas están solicitando, por primera vez, ayuda de primera necesidad.
Pues hoy nos toca tomar en serio un modo de vida más sobrio y sencillo, que eso sí que está en nuestras manos. También afrontar todo esto de forma comunitaria, creando espacios de apoyo, acogida, búsqueda de soluciones conjuntas, acompañando a las víctimas en todos los niveles para defender los derechos, realizar actos y gestos en la calle que alienten la esperanza, impulsando el bien común sobre los intereses particulares. Reivindicar el incremento de ingresos para los más débiles, el no recorte de los fondos sociales, los recursos destinados a la cooperación internacional o las inversiones públicas, recuperar lo social en la economía. Llega también el momento de denunciar a los ricos. La denuncia de los ricos concretos es una tarea propia de la tradición de la Iglesia. No podemos caer en la trampa de colocarnos en pie de igualdad con los explotadores. En mi ciudad, mil personas cobran más de cien mil euros anuales y eso no es justo, sabiendo que una cuarta parte de la población no llega a los seis mil euros en todo el año.
Por último, tampoco esperemos maravillas de las organizaciones, sindicatos o partidos, cuando yo, como trabajador tampoco hago nada. En definitiva, hoy nos toca comprender la realidad a fondo, informar de otra forma sobre lo que sucede y organizarse junto a otros muchos, para cambiarla.
Algo nuevo esta naciendo ¿Lo notas?.
JOC

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