Tuesday, January 13, 2009

Israel, las claves internas

13-Enero-2009 Juan Carrero


Volvemos hoy sobre el ataque e invasión de Gaza, sumándonos a todas las manifestaciones para que cese esta masacre. Pero existe el peligro de ser simplistas. Juan, buen conocedor de Israel y Palestina, seguidor de Jesús, de Gandhi y de Lanza del Vasto, nos invita a entrar más adentro en el problema. Y ya nos avisa: “Algunos sólo se sienten a gusto en cosmovisiones simplistas, unilaterales y maniqueas. Buenos y malos absolutos”. Ojalá entre los participantes en nuestros debates no dominen los simplistas que hacen imposible o inútil el diálogo.


“Palestina vencerá”, han gritado en estos días actores, políticos e intelectuales. Puede ser. Pero tal victoria no parece tan evidente por ahora. “La solución debe ser impuesta por la comunidad internacional”, dicen algunos buenos conocedores de este conflicto, como el ex embajador y ex ministro israelí Shlomo Ben Ami. Probablemente así debería ser. Pero los sistemáticos vetos de los EEUU, que dejan en evidencia su parcialidad a la vez que cuestionan su ecuanimidad y su capacidad para ser el artífice de futuros acuerdos, nos obligan a bajar una y otra vez al indecente mundo real. Sin hablar de la permanente sumisión a la hegemonía estadounidense por parte de nuestros países “occidentales”. ¿Qué más se puede decir de este conflicto que no se haya dicho ya? ¿Qué posibles vías de solución se pueden proponer que no hayan sido propuestas ya? No pretendo descubrir nada nuevo, pero tras seis viajes a Israel, alguno de más de tres meses de duración, estoy convencido de que existen unas claves que son fundamentales y a la que no se le presta suficiente atención en la mayoría de análisis: Las claves internas.


El pequeño pero poderoso Israel

El pequeño Israel es hoy por hoy un muy poderoso estado, militarmente y en razón de sus alianzas, capaz de incumplir sistemáticamente cualquier resolución de la ONU y de despreciar las admoniciones de una comunidad internacional que, hace unas décadas, durante el holocausto nazi, miró hacia otra parte. Israel tiene una aguda conciencia de que, en un mundo en el que cada uno va a lo suyo, su propia supervivencia depende casi totalmente de sí mismo. Ha adquirido el hábito de prescindir de lo que el resto del mundo piense o haga. Los últimos en proclamarlo han sido Tzipi Livni y Eli Yishai. Decía la primera: “Israel ha actuado, actúa y seguirá actuando de acuerdo a sus necesidades”. Y el segundo: “No pasará absolutamente nada si la resolución (se refiere a la última del Consejo de seguridad de la ONU) se queda en papel mojado, porque lo importante son nuestros intereses”. Más allá de las burdas motivaciones particulares de muchos de sus dirigentes políticos, que son inmisericordes y que además están empeñados en aparecer como los más duros de entre los duros, esa es la conciencia que tiene la mayoría de israelíes.



Los disidentes internos

Por eso, porque Israel es fuerte y se cree autosuficiente, son tan importantes las claves internas. Por eso sería tan decisivo que la comunidad internacional, y en particular todos aquellos que dicen estar horrorizados por lo que pasa, brindaran un verdadero y enérgico apoyo a la minoría disidente y activa de israelíes a los que les resultan intolerables la opresión y el trato dado a los palestinos. Apoyo a su búsqueda de la paz, y también de la seguridad de Israel, por vías y con métodos diferentes de los que, una vez más, estamos viendo en estos días. Es lamentable que la conciencia de nuestra humanidad evolucione tan lentamente. Es penoso que las propuestas del Mahatma Gandhi, asesinado hace ahora justamente 60 años, el 30 de enero de 1949, por un extremista hindú, como Isaac Rabín también lo fue por un extremista judío, sigan aún pareciendo utópicas a tantos sabios y entendidos. Quienes así piensan deberían preguntarse porqué al gobierno israelí le preocupan sus propios “traidores” tanto o más que los enemigos externos. Ese ha sido el caso del preso de conciencia, Mordechai Vanunu, encarcelado durante 18 años por haber denunciado el programa de armas nucleares secretas de Israel. Y el de tantos y tantos otros. Uno de los modos de ayudar eficazmente a esa minoría sería el fortalecimiento de los mecanismos de la Justicia Universal, a la que se refería Jordi Palou Loverdos el pasado sábado en este mismo diario.



Dirigentes israelíes (y mundiales) sin talla moral suficiente

Durante la anterior crisis en la que, tras los continuos lanzamientos de proyectiles por Hizbulá sobre el norte de Israel, el Tsahal inició un ataque al Líbano tan devastador y criminal como el de ahora a la Franja de Gaza, escribí un artículo criticando a los últimos gobernantes de Israel, que siguen honrando en actos públicos al Rey David, el gran padre de la patria, pero que carecen absolutamente de su misma altura de miras. Fueron precisamente su magnanimidad frente a los enemigos y la conciencia de los propios crímenes, que supo reconocer y llorar, los que le convirtieron en el gran héroe de su pueblo. Sin ese retorno de la mayoría de israelíes a la magnanimidad, a la justicia y a la verdad sobre los crímenes propios –valores que la figura de David personifica–, la moral y la motivación de sus soldados será cada vez menor y, por el contrario, el rechazo e incluso el odio de millones de seres humanos hacia ellos será cada vez mayor.



Las fragilidades del poderoso Israel

Porque el poderoso Israel, que cada día se parece menos a David y más al hercúleo y violento Sansón, es a la vez muy frágil, como éste último. Militar y moralmente. A medio plazo las circunstancias pueden cambiar tan notablemente, sobre todo si Israel se empecina en seguir caminos criminales y de opresión, que amenazas como las del presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, de borrarlo del mapa, podrían ser bien reales. Tales intenciones destructoras existen en el mundo del extremismo islamista, con independencia de que se las intente usar como excusa para agresiones “preventivas” sobre Irán o cualquier otro “enemigo” y para llevar a término otras inconfesables “agendas” de control geoestratégico. Pero no creo que nadie medianamente ecuánime pueda considerar tal destrucción de Israel como una victoria. No creo que el maniqueo lenguaje del bien y del mal absolutos, que nos mantiene encerrados en la perversa dinámica de vencedores y vencidos, conduzca a nada bueno. Creo más bien con Gandhi que “una victoria que deje derrotados no es una verdadera victoria”. La victoria de la que él hablaba es mucho más que la militar. Enseñó a sus seguidores a ser mucho más exigente consigo mismo -con las motivaciones que nos mueven y los métodos o medios elegidos- que con el “enemigo” exterior, el cual en última instancia tendrá que responder de sus propias acciones ante Dios o ante su conciencia. Hablar en estos términos puede parecer poco realista, pero el tiempo será quien juzgue. De todos modos, frente a la poderosa maquinaria militar puesta en marcha por Israel, no son sólo los no violentos los que están indefensos.



El sionismo y la jihad

Algunos sólo se sienten a gusto en cosmovisiones simplistas, unilaterales y maniqueas. Buenos y malos absolutos. El sionismo, puro instrumento del imperialismo estadounidense, gritan unos. Pero la realidad es mucho más compleja que eso, así como lo fue ya el nacimiento mismo del Estado de Israel. Más allá de toda la razón que asiste a los palestinos cuando llaman “la gran desgracia” a la ocupación inicial de su territorio en 1948, Israel es en este momento el minúsculo país de unos supervivientes obsesionados por su seguridad.Quien no comprenda que todos sus excesos y crímenes nacen fundamentalmente de ahí no podrá captar toda la complejidad de este conflicto. El Islán, violento por naturaleza, predican otros. Sin embargo la jihad o guerra santa no es un concepto exclusivo del islamismo, sino que se aproxima estrechamente a lo que cualquiera puede leer en multitud de relatos bélicos de la Biblia judía y también a la misma “guerra justa” del cristianismo. Incluso podemos encontrar una afinidad de fondo entre la no violencia y la jihad. Ésta es también sobre todo misericordia y lucha espiritual contra las propias tendencias negativas. Y solo se puede transformar en quital, lucha armada contra otro, cuando busca la protección de los débiles oprimidos o la reparación de injusticias.



Los dos caminos

Una de las temáticas más queridas de los escritos bíblicos sapienciales es la de los dos caminos. El camino recto y el mal camino. El primero es el de la práctica de la justicia y la misericordia, el de la fidelidad a la verdad y el de la búsqueda de la paz. Es el camino de la vida, frente al mal camino que solo conduce a la calamidad. El cariño que profeso al pueblo hebreo no afecta a mi convicción de que, una vez más en su milenaria historia, Israel se está perdiendo en un camino que solo conduce a la propia catástrofe. Creo que este brutal ataque no es sólo una respuesta al lanzamiento de proyectiles caseros, sino que forma parte de un proyecto previo mayor y que, por tanto, la pregunta sobre la “proporcionalidad” nos encierra en un falso y reducido marco. Creo que sin misericordia y verdad no hay futuro para un pueblo cuya fuerza, como ocurre con todos los pueblos, reside antes todo en la fidelidad a sus más auténticas raíces, a sus más nobles valores históricos. Incluso en el mismo Programa de Jerusalén, que define los Objetivos del Movimiento Sionista, se expresa explícitamente que el fortalecimiento del Estado de Israel debe estar basado en la justicia y la paz proclamadas por los profetas. Que los miembros de Hamás sean capaces de escudarse entre mujeres y niños, como volvía a denunciar hace unos días Shimon Peres, no autoriza el asesinato fácil, masivo e indiscriminado de enemigos y rehenes juntos. También los soldados israelíes usan a los árabes para abrir los paquetes sospechosos y violan una y otra vez la frontera entre los crímenes de guerra y la lícita defensa. La guerra acaba siendo casi siempre precisamente eso, brutalidad y barbarie que transgrede todas las reglas.



El “pequeño resto” de Israel

Justamente es por eso por lo que tantos judíos afirman, como hace Daniel Barenboim, que esta guerra es un callejón sin salida. Un callejón que nos obliga a todos a derrochar imaginación y generosidad en la búsqueda de alternativas y horizontes nuevos, más amplios y no menos eficaces. Ese es el espíritu de la no violencia: misericordia y verdad, incansables y creativas. Ellas son, según Gandhi, las más poderosas fuerzas de historia. Los textos milenarios de la Biblia hablan de un “pequeño resto” que, en medio de una gran mayoría que llevará a Israel al desastre, permanecerá fiel a la justicia y a la misericordia. El citado Shlomo Ben Ami hace ya tiempo que habla del desastre necesario para que se produzcan cambios. Es la versión laica y actual de las antiguas profecías bíblicas que nos hablan de un Israel rebelde a Yahvé, arrogante, que una y otra vez sólo vuelve al recto camino tras el crisol de la prueba. Como el gran rey David. En todo caso ese “pequeño resto de Israel” necesita y se merece mucho más apoyo que el que hasta ahora nuestro mundo le ha dado.


ATRIO

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