Sunday, March 01, 2009

La homilía de Ciudad Redonda: Un Pacto por la Vida

Ya estamos en Cuaresma. Tiempo de ayunos y abstinencias, de penitencias y sacrificios. Así lo hemos visto tradicionalmente. Era tiempo de mirar hacia dentro de nuestra vida y reconocernos pecadores. En resumen: tiempo de conversión. Pero hay que escuchar con atención a la primera lectura de este domingo. Nos relata el pacto que hace Dios con Noé. Ha terminado el diluvio, el desastre total. Dios se arrepiente de su cólera y promete: “el diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la tierra”.


Este es el pórtico de esta Cuaresma, el pregón inaugural que nos sitúa en pista del camino que tenemos que hacer durante estos cuarenta días de preparación para la celebración de la Pascua, de la muerte y resurrección de Jesús. Porque, ¿qué es la Pascua sino la fiesta de la Vida, del Dios que quiere la Vida y que rompe y destruye las barreras de la muerte? Pero no hay que adelantar acontecimientos. Quedan cuarenta días y hay todo un camino por delante. Habrá que dar cada paso. Y todos llevarán su esfuerzo y su afán. Con todo, el pórtico nos mantendrá en el camino y en el esfuerzo: Dios no destruye la vida sino que la apoya, defiende y promueve. Dios no quiere nuestra muerte ni nuestra destrucción. Dios no desea que nos hagamos daño sino que seamos felices, que vivamos en plenitud el don de la Vida que nos ha regalado.



Un camino que pasa por la Pascua

El camino no es fácil. El Evangelio nos recuerda que el mismo Jesús anduvo vagando por el desierto. En aquellas soledades, sin distracciones, tuvo sin duda la oportunidad de pensar, de reflexionar, de tomar conciencia de su misión. Sintió la tentación de abandonar Lo peor no eran las alimañas del desierto sino el saber que luego, más adelante, se iba a quedar sólo y que lo más probable era que su vida no terminase bien. El anuncio del Reino de Dios le iba a llevar todas sus fuerzas, toda su energía, todos sus recursos. Lo que veía que debía ser el sentido de su vida se convertía por ello mismo en la razón de su muerte. Paradójicamente el Dios de la Vida, el Dios cuyo reino de fraternidad quería anunciar y sentía en su corazón que era lo más importante de su vida, se iba a encontrar con él pero pasando por la muerte, el abandono y la soledad. La tentación de abandonar debió ser muy fuerte. Durante el tiempo que estuvo en el desierto y otras más a lo largo de su vida. No hay más que recordar la escena de la oración en el huerto, justo antes de su arresto. Pero nada de eso le impidió salir a los caminos y comenzar su misión: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la Buena Nueva”. Porque no dudó ni un momento de la promesa de Dios, del pacto de Dios por la vida, que tantas veces el hombre había quebrado y que Dios había mantenido, mantenía y mantendría para siempre.

Caminar en esperanza




Empezamos nuestro camino cuaresmal. Lo primero es escuchar la promesa del Dios de la Vida. Pasaremos por muchas dificultades en nuestra vida personal, familiar, en el trabajo, en nuestro país, etc. Pero siempre podremos contar con esa promesa y con la fidelidad del que la hace: Dios mismo. Habrá momentos oscuros y difíciles. Sentiremos la tentación de dejar el camino y tirarnos en la cuneta. Pero contamos con la fuerza de Jesús, con su gracia. Es tiempo para atender y curar las heridas que nos hemos hecho, unos a otros, a nosotros mismos, y que nos impiden caminar con gozo y esperanza. Es tiempo para reconocer sin miedo que más de una vez hemos caído en la tentación del desánimo pero también de sentir la alegría de que el Dios de Jesús es fiel a su promesa a pesar de todos los pesares, a pesar de todas las que hemos hecho. Siempre podemos levantar la cabeza al cielo y mirar al arco iris. Es sólo un efecto óptico y meteorológico producido por los rayos del sol al atravesar las pequeñas partículas de humedad contenidas en la atmósfera terrestre. Vale. Pero también es un signo de la belleza de este mundo creado por Dios y en esa misma belleza esta contenida la promesa de Dios. Incluso cuando el cielo esté lleno de nubarrones, sabemos que el sol está allí. Siempre. Aunque no lo veamos. Por eso no nos dejamos hundir por las tentaciones ni las dificultades. Y seguimos adelante. La Pascua de la Vida nos espera.
Fernando Torres Pérez
fernandotorresperez@earthlink.net

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